Queridos hijos, camináis hacia un futuro doloroso en la Casa de Dios. Vientos contrarios sacudirán la gran embarcación, y muchos consagrados beberán el cáliz amargo del dolor. La Iglesia vivirá una gran crisis de fe, pero será salvada por la fidelidad del pequeño rebaño, que, aunque sea a costa de muchas lágrimas, no retrocederá. ¡Valor! Confiad en Jesús y dejad que Él os transforme. Os amo y estaré siempre con vosotros. Doblad vuestras rodillas en oración y todo acabará bien para vosotros. Después de toda tribulación, la Iglesia de Mi Jesús volverá a ser como Jesús la confió a Pedro. ¡Adelante! En este momento, derramo sobre vosotros una extraordinaria lluvia de gracias. Estad atentos para no ser engañados. En Dios no hay medias verdades. Este es el mensaje que hoy os transmito en nombre de la Santísima Trinidad. Gracias por permitirme reuniros aquí una vez más. Os bendigo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Quedad en paz.